En pos de una comunicación original y ejemplar
Dejándolo
de manifiesto en cuantiosas oportunidades, Bertrand Russell fue un filósofo que
se distinguió por el sentido del humor. Estuvo lejos de quienes conciben el
pensamiento como un oficio que, para su ejecución, exige ceños fruncidos, mirada
penetrante y, entre otros requerimientos, censurar cualquier gracia. En una
ocasión, evidenciando dicha virtud, dijo que jamás había escrito sobre estética
porque no tenía dominio del tema, ignorándolo de forma significativa; sin
embargo, complementando la explicación, aclaró que, según algunos colegas, eso
nunca le había impedido reflexionar sobre otros múltiples asuntos. Pasa que,
durante su dilatada existencia, pensó acerca de diferentes terrenos del saber,
llegando incluso a protagonizar debates e instigar a la rebeldía en varias
áreas. Habló, pues, de diversas cuestiones, pero dejó sin examen propio esa
esfera en que la belleza y, por supuesto, el arte son fundamentales. Por
suerte, otros como Kant, Hegel y Alain fueron más osados.
Contemporáneamente, los razonamientos en torno al
arte pueden remitirnos al estudio de muchos autores. André Comte-Sponville es
uno de los pensadores que ha escrito al respecto. Lo hace de forma pedagógica,
clara, provechosa, como siempre. Destaco que, para él, los elementos que
resultan indispensables para hablar de una obra maestra son dos, a saber:
originalidad y ejemplaridad. El primer requisito nos aleja de la imitación, aun
cuando ésta sea notable; por tanto, no podríamos ofrecer al prójimo algo que ya
hubiese conocido. No se trata de alentar las rupturas radicales,
revolucionarias; ser original no implica abolir el pasado. Por otro lado, esa
creación artística debería ser ejemplar, despertando admiraciones, así como
suscitando otras reacciones positivas, efectos mediante los cuales las personas
puedan advertir cómo es vencida su indiferencia. De esta manera, se reconoce un
componente fascinador en ese tipo de hazañas.
En definitiva, el desafío tiene que ver con ser tan
singulares cuanto dignos del aprecio ajeno, sea racional o emotivo. Conforme a
este parecer, el artista no podría ser presentado como agente que combina
misantropía con cierta consciencia de lo bello. Su producción, como señala
Sartre cuando habla de la literatura, no se agota en el concepto del soliloquio.
Por consiguiente, la comunicación con su semejante será parte de sus designios,
aunque sin desdeñar las formas, los modos, el estilo. No es un propósito que se
pueda conseguir con facilidad. Quizá por esto quienes son reconocidos allí como
genios sean tan pocos. Aludo a personas que han podido comunicarse —aún hoy,
varios siglos después de su deceso— con la mayor de las eficacias posibles. Es
cierto que pertenecen a nuestra misma especie; no obstante, ante su obra, como
pasa con Leonardo, uno se siente gratamente inferior. En cualquier caso, ésta
es apenas una de las perspectivas que nos depara el arte. Las páginas que
constituyen este número sirven para evidenciar cuán distintos son los criterios
en ese ámbito.
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