Del inestable motor de la historia
En 1968, al concluir su monumental trabajo sobre
los distintos momentos, estadios o eras que atravesó nuestra civilización, Will
y Ariel Durant publicaron Las lecciones
de la historia. Hasta antes de su lanzamiento, habían escrito diez tomos,
ofreciéndonos un análisis del pasado occidental que resultaba tan variado
cuanto provechoso. Sin embargo, desde su óptica, era necesario reflexionar al
respecto, pensar acerca de las enseñanzas que habrían dejado quienes nos
antecedieron. Así, merced a los aciertos e innumerables equivocaciones del
hombre, concebíamos la posibilidad de contar con una enorme maestra. Porque no
tenemos el grado de originalidad que muchos suponen; al contrario, cuantiosos
problemas nos persiguen desde los primeros tiempos, por lo cual, mirando hacia
atrás, podrían servirnos para evitar reincidencias.
Pero concebir la
historia como una pedagoga no es el único modo de hacerlo. Es igualmente
posible que la entendamos como un proceso gracias al cual una sociedad se
desarrolla. En este caso, al revisar el pasado, contemplamos una serie de
acontecimientos que pueden ser asociados entre sí, presentándosemos como un
conjunto más o menos coherente, útil para evaluar los cambios suscitados hasta
hoy. Ocurre que, aun cuando el conformismo de numerosos sujetos lo haya
deseado, la realidad social no ha permanecido invariable. Tenemos, pues,
modificaciones de toda naturaleza que contribuyeron a mejorar, así como, en
ciertos casos, empeorar, nuestra convivencia. Salvo que nos limitemos a
propugnar una visión teológica, cabe reconocer al ser humano como único
responsable de tales vicisitudes. Esto último conlleva la necesidad de
considerar diversos factores, móviles que pueden influir en sus decisiones.
Es que, aunque
seamos los autores exclusivos de cada experimento social, con sus bondades e
infortunios, no hemos sido impulsados por una sola causa. Yo sé que a más de
uno le gustaría creer en un pasado marcado profundamente por la racionalidad.
Lo cierto es que, si bien nos ha acompañado en varias oportunidades, su
ausencia fue asimismo significativa. En este sentido, tenemos cambios que han
operado por mandato de la razón; empero, el pasado puede ser también
humillante. Me refiero a tonterías, absurdos y dislates que han movido al
prójimo, conduciéndolo hasta el encumbramiento de viles autócratas. Nos ayudó
la luz, con seguridad, mas sin que aquello implique liquidar cualesquier
tinieblas. Dejarse guiar por los sentimientos, las emociones y la pasión no ha
servido para evitar ese funesto destino.
Desde la Edad
Antigua, con Heráclito, el cambio se halla ligado a la violencia. Si examinamos
lo que ha sucedido en los diferentes siglos, no podremos sino admitir la
validez de su vinculación. Recordemos los innúmeros conflictos, batallas,
guerras, golpes, revueltas y revoluciones: la fuerza produjo alteraciones de
toda índole. No obstante, además del combate, nos encontramos con la
cooperación. Debemos desconfiar de los reduccionismos que tengan estas
características. El hombre no es un ser angelical, pero tampoco demoniaco; por
tanto, sus obras, incluyendo la historia, deben ser estudiadas bajo esa
premisa. Queda la ilusión de que el contenido del presente número pueda servir
para reflexionar al respecto, entre otros temas ligados al pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario