El contraproducente rechazo a la política
Según Hannah Arendt, durante las distintas
épocas, hubo pensadores que intentaron controlar la política, evitando
cualquier desestabilización relacionada con esa dimensión de nuestra realidad.
Aun cuando las luchas por el poder, así como la ejecución de cambios exigidos
en cada tiempo, conforman lo esencial del ámbito político, Platón, Marx y otros
autores tuvieron la pretensión de acabar con esas disputas. En efecto, ellos
preconizaron que se instaurara un orden definitivo, gracias al cual lo
concerniente a los asuntos públicos ya estuviese resuelto. Liquidadas esas
preocupaciones, los hombres podrían dedicarse a tareas diferentes, ahorrando
desgastes que acostumbran generar más angustias que beneficios. Pero olvidaron
que su deseo de organización plena es incompatible con la naturaleza del
individuo, quien, si tiene una mente sana, no se limitará a ocupar un solo
espacio para satisfacer sus profecías.
El rechazo a lo político no es una rareza que
sea exclusiva del pensamiento de algunos filósofos. Es cierto que, desde su
óptica, se ofrecen razones para respaldar este punto de vista. Existe una labor
teórica que, allende sus debilidades, es útil a fin de iniciar debates al
respecto. No obstante, la regla es que las críticas sean lanzadas sin
meditaciones de por medio. Como pasa en incontables terrenos, los
cuestionamientos están privados de racionalidad. Al margen de aquello, pueden
identificarse posturas que encuentran prescindibles los conflictos propios de
la política. Debido a las consecuencias que originan en una sociedad, conviene
reflexionar acerca de estos posicionamientos.
Vale la pena recordar lo aseverado por
defensores de utopías, tecnocracias y cualquier aspiración de laya totalitaria,
sea laica o religiosa. Sólo en esos escenarios, tan ilusorios cuanto nocivos,
podría desecharse la política. Los proyectos que versan sobre una estructura
perfecta, en la cual no hay lugar para las disensiones, tornan innecesaria esa
clase de actividades. Lo único posible sería el respeto a un sistema que, con
rigidez antinatural, fue diseñado para normar al conjunto de ciudadanos.
Deberíamos saber que esa estabilidad que ofrecen tiene como contraprestación la
libertad. Solamente cuando ésta es pulverizada, el sueño de un ordenamiento
impecable resulta factible. Por otro lado, amparados en discursos de tipo
administrativo, mostrando desprecio hacia las pugnas entre doctrinas, existen
sujetos que se presentan también como salvadores. Presumen que un hombre puede ser
desprovisto de sus ideales. El problema es que nuestra convivencia no se regula
con guías asépticas, tecnocráticas; sus normas deben encaminarse a la búsqueda
de fines superiores.
La política no es tampoco bienvenida entre
muchos de quienes se reconocen como artistas. Son incalculables los que,
presentándose así, no tienen ningún interés en las cuestiones del Estado y la
sociedad. Tontamente, presumen que su apatía los librará de las abominaciones
ocasionadas por el régimen. Hasta el cansancio, algunos individuos que componen
tal fauna han expresado su predilección por una realidad en la cual no haya
esos afanes del poder. Deben entender que, por ese desdén, pueden triunfar
candidatos dispuestos a extinguir su sosiego. Llegado el momento de la
perversión del gobernante, todos los seres humanos, tanto apasionados como
indiferentes a sus ministerios, podrán convertirse en víctimas. Tal vez las
siguientes páginas puedan servir para persuadirlos, o a cualquier ciudadano, de
albergar estas inquietudes.