viernes, 27 de noviembre de 2015

Percontari Nº 7

Entre la fascinación y el desprecio

Son pocas las palabras que han originado tantas reflexiones como la libertad. En distintos lugares y épocas, encontramos personas que la consideraron con diversos fines. Es que no ha sido solamente un término generoso para las meditaciones, los diálogos, el debate; la historia nos muestra su provecho práctico. Son incontables los sujetos que optaron por invocarla para procurar un cambio en la realidad. Aunque resultaba beneficioso teorizar al respecto, pues muchos de nuestros postulados lo precisan, su mera comprensión fue insuficiente. Así, se gestaron movimientos que, en su nombre, protagonizaron contiendas admirables, pero también consumaron abominaciones de la peor calaña, segando cuantiosas vidas. La Ilustración, con sus brillantes pensadores, y el jacobinismo, tan radical cuanto monstruoso, sirven para evidenciar ambas facetas.  No obstante, ni siquiera las peores cruzadas en su favor podrían restarle importancia, pues se trata de un aspecto básico, fundamental, hasta vital para nuestra existencia.
Exceptuando los casos en que se patrocina una postura sombría, cabe concebir la libertad como un elemento inherente a nuestra naturaleza. Esa línea marcada por Locke, Rousseau y Nozick, entre otros autores, es digna del amparo más firme. Correspondería, por lo tanto, que rechazáramos la esclavitud, cualquier tipo de servidumbre, así como todo dogmatismo, por ser profundamente contrarios a esa convicción. Por desventura, aun cuando se haya realizado una labor titánica para dotar a esa idea de un respaldo mayoritario, numerosos individuos no valoran tal proeza. Pasa que, si bien todos nacimos libres, esto no implica un aprecio unánime, una valoración positiva de dicha facultad. No me refiero sólo al desinterés sobre su conocimiento; ante todo, cuestiono la facilidad con que demasiada gente se decanta por menospreciarla frente al ejercicio del poder.

Es innegable que nuestro tema central puede ser trabajado desde distintas ópticas. En este número, usted advertirá que hay disquisiciones éticas, ontológicas, antropológicas, neurocientíficas, lingüísticas y, por supuesto, políticas, las cuales fueron formuladas para ofrecerle una lectura fructífera. Procediendo de este modo, es posible notar cuán variados pueden ser los ejercicios filosóficos que llevamos a cabo; empero, se hallan hermanados por su talante crítico. Quizá sea ésta la mejor forma de mostrar cuánto afecto sentimos por esa condición del hombre, cuya falta, sea ésta forzosa o voluntaria, será siempre indeseable. No experimentar ningún pesar por su ausencia es un camino seguro a la perdición.

jueves, 27 de agosto de 2015

Percontari Nº 6

Un vacío infatigable

Si, como ha sostenido Epicteto, la filosofía surge cuando nos percatamos de nuestra propia debilidad e impotencia, es fundamental que reconozcamos limitaciones en el campo del conocimiento. Somos criaturas que, aunque lo anhelemos, no tendremos la dicha (o desventura) de contar con todas las respuestas. Es una condición que no dejará de acompañarnos mientras agotemos la vida. Podemos recurrir al autoengaño, creernos descomunales mentiras sobre competencias personales, destrezas e ingenio; sin embargo, la realidad nos abofeteará en cualquier momento. Jamás podremos librarnos de preguntas que desnuden cuán monstruosa es nuestra ignorancia. Poco interesa un fenómeno tan corriente como el de la vanidad, pues un gran amor propio no es idóneo para volvernos sobrehumanos. Lo sensato es aprender a lidiar del mejor modo posible con esa particularidad, evitando miserias y exageraciones. Porque, incluso teniendo móviles muy nobles, se pueden cometer auténticas tonterías.
Montaigne criticaba el mero acumulamiento de información, saberes o conocimientos. La erudición no lo cautivaba; esa manía de atiborrar una mente con datos diversos, desde básicos hasta totalmente inútiles, le parecía reprochable. Aclaro que no lo afirmaba un troglodita, menos todavía una persona renuente al contacto con los libros; por el contrario, la lectura fue siempre uno de sus hábitos principales. Su malestar se presentaba cuando analizaba los despropósitos de un sistema educativo que, como sucede aún hoy, priorizaba la cantidad en lugar del nivel, calidad o provecho ligado al aprendizaje. Para el célebre autor de los Ensayos, esa vía seguida por numerosos profesores no podía sino resultar desastrosa. Así, se apreciaba el acto de conocer, pero era necesario llevarlo a cabo con mayor inteligencia.

Aun cuando los combates librados en contra de la ignorancia sean infinitos, no cabe abandonar su realización. Pasa que la lejanía de un destino es insuficiente para descartar su conquista. Debe hacerse lo posible por comprender mejor esa realidad del hombre, ese vacío que nunca podrá llenarse, pero cuya existencia puede servir para desafiarnos a diario, permitiendo nuestro crecimiento. En este número de la revista, mediante ideas tan variadas cuanto interesantes, se intenta realizar un aporte al debate sobre tal asunto. Una vez más, tratamos de incitarlo a reflexionar, persuadirlo del beneficio que traen consigo estas labores. No ignoramos la posibilidad de fracasar en dicho cometido; empero, estimado lector, preferimos correr ese riesgo a mantenernos en el silencio más descerebrado.

jueves, 21 de mayo de 2015

Percontari Nº 5

La frustración de no ser 

Descubrir lo que uno verdaderamente es, libre de poses y afectaciones, debe considerarse como una misión fundamental en la vida. Sentirse un individuo realizado, aspiración que será siempre meritoria, justifica el interés sobre tal cometido. Es un llamamiento que, exceptuando a quienes prefieren la más censurable mediocridad, nadie optaría por menospreciar. Desde los tiempos antiguos, quienes, como Píndaro, procuraron ilustrar al prójimo han pregonado que, sin el conocimiento de nosotros mismos, todo mérito resulta insuficiente para sustentar la satisfacción personal. Aun la proyección de nuestra existencia, algo tan propio del individuo sensato, preocupado por no irrespetar los derechos ajenos, demandará labores en ese campo. En consecuencia, mientras haya inteligencia, corresponde que hagamos lo posible por contestar una pregunta reflexionada por Bertrand Russell, Michel Foucault y otros pensadores de diversa línea: ¿qué soy?
Del reconocimiento de uno mismo, efectuado sin importar los juicios que son lanzados por el prójimo, surgen ideas, planes, proyectos relacionados con lo venidero. De este modo, regularmente, concebimos desafíos que deben asumirse, pues, si prefiriésemos su evasión, incurriríamos en un despropósito mayor: obstaculizaríamos la tendencia, el impulso que, fundado en convicciones e ideales, nos conduce hacia donde un fenómeno tan importante como nuestra felicidad es posible. Ello no quiere decir que, al promover el aliento a las inclinaciones personales, los logros estén garantizados. No se trata de amparar una postura consecuencialista, tan apreciada por el utilitarismo; sean favorables o adversos, los resultados jamás deben entenderse como indispensables para motivar esa búsqueda del fin que haría posible nuestra realización. En otros términos, el acierto no irrumpe para su reconocimiento cuando hay éxito o fracaso; la sola apuesta por existir conforme a nuestras premisas más profundas y, obrando así, agotar los años debe juzgarse honorable.

Pensar acerca del fracaso se constituye en una faena indiscutiblemente provechosa. Hay filósofos que, como Montaigne, Schopenhauer o Nietzsche, nos ayudan a entender su impacto en la vida humana, tanto individual como colectiva. En las siguientes páginas, esas reflexiones son enriquecidas merced a diversos criterios que, con seguridad, aportan al análisis del asunto ya señalado. Como suele pasar, esperamos que todos los textos sean dignos de su atención. Quizá, por la impagable indulgencia del lector, tengamos éxito en este quehacer. 

miércoles, 25 de febrero de 2015

Percontari Nº 4

Ante una certidumbre radical

Como Descartes, es posible que la duda inunde nuestra vida, estremeciendo espacios en los cuales hallábamos tranquilidad. Así, con ímpetu, las vacilaciones socavarían los fundamentos de creencias, ideas y doctrinas que considerábamos determinantes para orientarnos a diario. Si bien esto puede ser provechoso desde una perspectiva intelectual, pues nos desafiaría a remirar posturas que parecían inamovibles, muchos prefieren la comodidad del dogma o el prejuicio. En cualquier caso, tanto escépticos como fanáticos del pensamiento cerrado, excluyendo a sujetos con aversión al razonamiento, reconocerán que tienen una certeza capaz de afectar su existencia: la muerte. No hay, pues, nadie que se libre del deceso. La conciencia de su llegada puede variar conforme a las particularidades del individuo; sin embargo, descartar esa cesación resulta ilusorio.
La vida es un proyecto que cada quien concibe y forja hasta cuando se agotan sus fuerzas. Sin falta, la muerte levanta un muro que impide cualquier destrucción o escalada; con su arribo, se acaba el anhelo de superarnos, permitiendo nuestro juzgamiento. Porque, una vez consumado ese fin, las decisiones que tomamos en distintos momentos podrán ser objeto de valoración. Ya no será factible ninguna enmienda; las imperfecciones se notarán con rapidez, así como, si hubiere benevolencia, los aciertos que hayamos tenido. En resumen, ese tiempo fúnebre se presenta como un ambiente propicio para estimar una obra que, aun cuando no fuésemos conscientes de aquello, hemos consumado. Acoto que no aludo sólo al hecho de ponderar teorías, aunque esto deba efectuarse. Pienso en Norberto Bobbio, quien, poco antes de morir, creía que, allende sus numerosos libros, estaban el afecto, la familia, los amigos: un legado que ninguna desaparición física lograría pulverizar.
Desde Platón hasta Derrida, por mencionar dos ejemplos muy conocidos, filosofar sobre la muerte ha sido una labor que muchos acometieron. En esta cuarta entrega de la revista, el tema ha merecido análisis que pueden interesar a quienes se sienten a gusto con estos quehaceres del pensamiento. Sabemos que un asunto como ése no puede ser extenuado en una veintena de páginas. Lo más seguro es que, hasta cuando haya vida humana, las reflexiones al respecto no terminen. No obstante, gracias al esfuerzo de nuestros colaboradores,  apostamos por contribuir a su discusión.