jueves, 27 de agosto de 2015

Percontari Nº 6

Un vacío infatigable

Si, como ha sostenido Epicteto, la filosofía surge cuando nos percatamos de nuestra propia debilidad e impotencia, es fundamental que reconozcamos limitaciones en el campo del conocimiento. Somos criaturas que, aunque lo anhelemos, no tendremos la dicha (o desventura) de contar con todas las respuestas. Es una condición que no dejará de acompañarnos mientras agotemos la vida. Podemos recurrir al autoengaño, creernos descomunales mentiras sobre competencias personales, destrezas e ingenio; sin embargo, la realidad nos abofeteará en cualquier momento. Jamás podremos librarnos de preguntas que desnuden cuán monstruosa es nuestra ignorancia. Poco interesa un fenómeno tan corriente como el de la vanidad, pues un gran amor propio no es idóneo para volvernos sobrehumanos. Lo sensato es aprender a lidiar del mejor modo posible con esa particularidad, evitando miserias y exageraciones. Porque, incluso teniendo móviles muy nobles, se pueden cometer auténticas tonterías.
Montaigne criticaba el mero acumulamiento de información, saberes o conocimientos. La erudición no lo cautivaba; esa manía de atiborrar una mente con datos diversos, desde básicos hasta totalmente inútiles, le parecía reprochable. Aclaro que no lo afirmaba un troglodita, menos todavía una persona renuente al contacto con los libros; por el contrario, la lectura fue siempre uno de sus hábitos principales. Su malestar se presentaba cuando analizaba los despropósitos de un sistema educativo que, como sucede aún hoy, priorizaba la cantidad en lugar del nivel, calidad o provecho ligado al aprendizaje. Para el célebre autor de los Ensayos, esa vía seguida por numerosos profesores no podía sino resultar desastrosa. Así, se apreciaba el acto de conocer, pero era necesario llevarlo a cabo con mayor inteligencia.

Aun cuando los combates librados en contra de la ignorancia sean infinitos, no cabe abandonar su realización. Pasa que la lejanía de un destino es insuficiente para descartar su conquista. Debe hacerse lo posible por comprender mejor esa realidad del hombre, ese vacío que nunca podrá llenarse, pero cuya existencia puede servir para desafiarnos a diario, permitiendo nuestro crecimiento. En este número de la revista, mediante ideas tan variadas cuanto interesantes, se intenta realizar un aporte al debate sobre tal asunto. Una vez más, tratamos de incitarlo a reflexionar, persuadirlo del beneficio que traen consigo estas labores. No ignoramos la posibilidad de fracasar en dicho cometido; empero, estimado lector, preferimos correr ese riesgo a mantenernos en el silencio más descerebrado.

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