lunes, 27 de febrero de 2017

Percontari Nº 12


El desdén y la condena

En su Ocaso de los ídolos o cómo se filosofa con el martillo, Nietzsche niega que alguien pueda presentarse ante nosotros y, con indiscutible autoridad, decirnos cómo debería ser el hombre. Pasa que, debido a nuestra vertiginosa diversidad, aunque no necesariamente rica en todas sus facetas, fijar una sola concepción es un absurdo. Solamente la soberbia, fomentada, desde luego, por el desconocimiento de lo elemental, así como el fanatismo, puede explicar esa pretensión uniformadora. Sin embargo, concordar con ese reconocimiento de variedad humana no tendría que conllevar el rechazo a cualquier coincidencia. No me refiero a las obvias similitudes que se presentan en el plano material, físico; más allá del cuerpo, encontramos también sitio para las semejanzas. Aludo a valores, principios e ideales que pueden merecer la defensa de dos o más personas, orientando sus relaciones, sustentado vínculos, pero también permitiendo marcar diferencias con el resto. Es más, siguiendo esta línea, podemos llegar a rebasar los límites de una exposición, del señalamiento sobre lo que debemos ser, cuestionando a quien no sea compatible con aquello.
Cuando, en una conferencia de 1945, reivindicó el carácter humanista del existencialismo, Sartre habló sobre cómo, al elegir, un individuo se convertía en legislador universal. Todas sus decisiones, al final, servían para forjar una concepción del hombre que se debía ser, gracias al cual pudieran incluso lanzarse juicios de valor. Conforme a Protágoras, ésa sería la medida de todas las cosas, el criterio para examinar y, además, condenar. Pero no se alude únicamente a las críticas, los cuestionamientos que afectan en singular. Hay asimismo la posibilidad de que juzguemos inaceptable una situación de índole grupal, social, nacional o hasta mundial. Así, teniendo presente una idea fundamental, es posible que el simple cercioramiento de lo diverso sea inaceptable.
Si bien hay pensadores y escuelas que lo rechazan, la existencia de hechos objetivamente inmorales, indispensables para notar lo injusto, es plausible; más aún, considerarla como una premisa para fundar nuestra convivencia no podría estimarse sino necesario mientras aspiremos a tener razonables normas en común. Los quebrantamientos que se dan al respecto, provocando desarmonías, además de afectar a cada sujeto, ponen en riesgo lo convenido para tener mejores días o, al menos, con no tan frecuentes conflictos, ofensas, injusticias. Entenderlo es, por ende, una labor que toca cumplir entretanto haya la intención de no quedarnos con la disyuntiva del desdén o el conformismo. En este número, los ensayos que siguen a continuación tienen el objetivo de favorecer una comprensión tan relevante como ésa. No hay el afán de procrear justicieros ni moralistas; bastaría con generar preguntas en torno al tema, rescatando sus aspectos individuales y colectivos, para que el quehacer se crea cumplido.

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