sábado, 27 de febrero de 2016

Percontari Nº 8


Insuficiencia del aislamiento

En Grecia, cuando emergió la filosofía para beneficio del género humano, se subrayó el valor de conocerse a uno mismo. Lo postulaba Sócrates, pero también otros pensadores que no encontraban una mejor vía para notar errores, advertir limitaciones y progresar como personas. Tal enseñanza implica, entre otras cosas, que cada individuo reflexione sobre sus decisiones, dejando sitio al espíritu crítico, cuya presencia en nuestras vidas resultará siempre útil. Así, apartándonos de los demás, podríamos descubrir verdades que juzguemos relevantes, incluso indispensables para ser felices. Recordemos que, solo, sentado frente a una chimenea, Descartes nos obsequió las bases del pensamiento moderno. La duda se constituyó entonces en el punto de partida, un comienzo que serviría para orientarnos, motivando resoluciones e impulsando cambios. Con todo, sería un error suponer que cualquier inquietud puede ser liquidada merced a ese aislamiento.
Según Émile Bréhier, el hombre racional no puede sino aceptar tres dimensiones. Efectivamente, mientras tengamos esa condición, debemos lidiar con el hecho de ser históricos, trascendentes y sociables. Esta última faceta es tan importante que, si la relegásemos, diversas necesidades, hasta las impuestas por nuestra subsistencia, serían insatisfechas. Por lo tanto, siendo dicha realidad ineludible, debemos pensar en cómo establecemos un marco gracias al cual los problemas comunes sean enfrentados del mejor modo posible, respetando principios éticos, lógicos y jurídicos, entre otros. En este sentido, aunque haya casos excepcionales, como quienes aspiran a ser ermitaños, la relación con los demás impone el tratamiento de varias cuestiones. Es ilusorio creer que ninguna determinación adoptada por las otras personas, dispuestas a regir nuestra convivencia, podrá perjudicarnos. El distanciamiento radical no es sensato ni, menos todavía, moralmente plausible.

En esta nueva entrega, hemos asumido el encargo de discurrir sobre la convivencia, un concepto que supera esa coexistencia meramente natural, instintiva, animal, pues conlleva una carga cultural de la cual somos responsables. Tal como lo constatará, los aportes que comprenden este número han explotado diferentes enfoques; no obstante, nunca deja de intentarse un tratamiento reflexivo del asunto. Se tiene hoy la idea de haber hecho un esfuerzo que justifique su consideración. Esperamos que coincida usted con este parecer y, lo más importante, se anime a razonar acerca de sus relaciones con las otras personas. Un futuro marcado por la concordia, o el conflicto, depende de aquello.

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