Entre la fascinación y el desprecio
Son pocas las palabras que han originado tantas reflexiones como la libertad. En distintos lugares y épocas, encontramos personas que la consideraron con diversos fines. Es que no ha sido solamente un término generoso para las meditaciones, los diálogos, el debate; la historia nos muestra su provecho práctico. Son incontables los sujetos que optaron por invocarla para procurar un cambio en la realidad. Aunque resultaba beneficioso teorizar al respecto, pues muchos de nuestros postulados lo precisan, su mera comprensión fue insuficiente. Así, se gestaron movimientos que, en su nombre, protagonizaron contiendas admirables, pero también consumaron abominaciones de la peor calaña, segando cuantiosas vidas. La Ilustración, con sus brillantes pensadores, y el jacobinismo, tan radical cuanto monstruoso, sirven para evidenciar ambas facetas. No obstante, ni siquiera las peores cruzadas en su favor podrían restarle importancia, pues se trata de un aspecto básico, fundamental, hasta vital para nuestra existencia.
Exceptuando los casos en que se patrocina una postura sombría, cabe concebir la libertad como un elemento inherente a nuestra naturaleza. Esa línea marcada por Locke, Rousseau y Nozick, entre otros autores, es digna del amparo más firme. Correspondería, por lo tanto, que rechazáramos la esclavitud, cualquier tipo de servidumbre, así como todo dogmatismo, por ser profundamente contrarios a esa convicción. Por desventura, aun cuando se haya realizado una labor titánica para dotar a esa idea de un respaldo mayoritario, numerosos individuos no valoran tal proeza. Pasa que, si bien todos nacimos libres, esto no implica un aprecio unánime, una valoración positiva de dicha facultad. No me refiero sólo al desinterés sobre su conocimiento; ante todo, cuestiono la facilidad con que demasiada gente se decanta por menospreciarla frente al ejercicio del poder.
Es innegable que nuestro tema central puede ser trabajado desde distintas ópticas. En este número, usted advertirá que hay disquisiciones éticas, ontológicas, antropológicas, neurocientíficas, lingüísticas y, por supuesto, políticas, las cuales fueron formuladas para ofrecerle una lectura fructífera. Procediendo de este modo, es posible notar cuán variados pueden ser los ejercicios filosóficos que llevamos a cabo; empero, se hallan hermanados por su talante crítico. Quizá sea ésta la mejor forma de mostrar cuánto afecto sentimos por esa condición del hombre, cuya falta, sea ésta forzosa o voluntaria, será siempre indeseable. No experimentar ningún pesar por su ausencia es un camino seguro a la perdición.
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