La ilusoria pretensión del control absoluto
Es erróneo suponer que la moderación resulta siempre positiva. Ocurre que, a veces, las pretensiones elevadas, incluso de apariencia imposible, pueden ser tan memorables cuanto beneficiosas. No descarto que, casi de manera regular, las personas se hayan topado con malos ejemplos al respecto. Los deseos de tener el poder absoluto, verbigracia, han dejado en lo pasado razones válidas para justificar su censura. Puede usar un tono modesto, hasta de sometimiento; sin embargo, tarde o temprano, la megalomanía del gobernante nos tendrá como víctimas. En este sentido, cabe tener reparos cuando aspirantes al ejercicio del mando, de cualquier nivel, dejan advertir su predilección por lo absoluto. Despreocuparse de tales riesgos equivale a consentir nuestra paulatina sumisión. Con todo, tal como lo señalé al comienzo, es también posible que los anhelos de gran envergadura puedan juzgarse positivos.
Ciertamente, no es lo mismo ansiar todo el poder que procurar la sabiduría en cualquier campo. Este segundo caso nos coloca en una situación que, para quienes aprecian la razón, puede calificarse de admirable, aunque, al final, reconozcamos su carácter ilusorio. Subrayo esto último porque, salvo para los creyentes, la omnisciencia es un atributo que nadie posee. No obstante, en distintas épocas, hallamos personas que tienen ese propósito intelectual. Lo pueden hacer por gusto, ya que, al menos, la búsqueda genera placer, pero también impulsados por otro motor: el orden. Pasa que, desde su perspectiva, el conocimiento debe servir para tener certezas, permitiendo planes rigurosos y, en definitiva, control de nuestra realidad. Imperando esta creencia, se rechaza todo vacío, cualquiera de las inseguridades que nos imponga el destino. Porque son obstáculos que desencadenan inestabilidad, desequilibrios, más aún, descontrol. Recordemos que, por sus lazos con las incertidumbres, no todos los individuos gustan de la libertad.
En El mito de Sísifo, Albert Camus reflexiona sobre cómo las personas se frustran frente al silencio del mundo ante nuestra pretensión de total comprensión. Nos gustaría conocer el universo entero, someter al escrutinio de la razón desde las nimiedades hasta los fenómenos más importantes. Quisiéramos tener esa comprensión omnímoda, ordenando cada uno de los elementos que se nos presentan y, por tanto, evitando reveses e imprevistos desagradables. El problema es que tenemos limitaciones, las cuales son irremediables. Así, lo más sensato pasaría por aspirar a tener condiciones que nos ofrezcan cierta estabilidad. Es un fin modesto, pero puede calificarse de aceptable. Todo lo demás nos superaría. Es una de las conclusiones que, compuestos con el mejor ánimo, nos ofrecen los textos del presente número. Se deja constancia del deseo de que su lectura sea provechosa. Por cierto, para examinar su contenido, usted puede seguir el orden que le parezca mejor. No faltaba más.
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